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sábado, 29 de septiembre de 2012

CUENTOS DE TERROR

Transcribimos aquí algunos de los textos que leímos durante la jornada para que quienes no pudieron participar con nosotros, los compartan en familia.


La mujer del moñito

Hacía pocos días que Longobardo había ganado la batalla de Silecia, cuando los príncipes de Isabela decidieron organizar un baile de disfraces en su honor.
El baile se haría la noche de Pentecostés, en las terrazas del Palacio Púrpura, y a él serían invitadas todas las mujeres del reino.
Longobardo decidió disfrazarse de corsario para no verse obligado a ocultar su voluntad intéprida y salvaje.
Con unas calzas verdes y una camisa de seda blanca que dejaba ver en parte el pecho victorioso, atravesó las colinas. Iba montado en una potra negra de corazón palpitante como el suyo.
Fue uno de los primeros en llegar. Como corresponde aun pirata, llevaba el ojo izquierdo cubierto por un parche. Con el ojo que le quedabalibre de tapujos, se dispuso a mirar a las jóvenes que llegaban ocultas tras los disfraces.
Entró una ninfa envuelta en gasas.
Entró una gitana morena.
Entró una mendiga cubierta de harapos.
Entró una campesina.
Entró una cortesana que tenía un vestido de terciopelo rojo apretado hasta la cintura y una falda levantada con enaguas de almidón.
Al pasar junto a Longobardo, le hizo una leve inclinación a manera de saludo.
Eso fue suficiente para que él se decidiera a invitarla a bailar.
La cortesana era joven y hermosa. Y a diferencia de las otras mujeres, no llevaba joyas sino apenas una cinta negra que remataba en un moño en mitad del cuello.
Risas.
Confidencias.
Mazurcas.
Ella giraba en los brazos de Longobardo. Y cuando cesaba la música, extendía su mano para que él la besara. Hasta que se dejó arrastrar en el torbellino de baile, hacia un rincón de la terraza, junto a las escalinatas.
Y se entregó a ese abrazo poderoso.
Él le acarició el escote, el nacimiento de los hombros, el cuello pálido, el moñito negro.
-¡No! - dijo ella-. ¡No lo toques!
-¿Por qué?
-Si me amas debes jurarme que jamás desataras ese moño.
-Lo juro -respondió él.
Y siguió acariciándola.
Hasta que el deseo de saber qué secreto había allí le quitó el sosiego.
La besaba en la frente.
Las mejillas.
Los labios con gusto a fruta.
Obsesionado siempre por el moñito negro.
Y cuando estuvo seguro de que ella desfallecía de amor, tiró de la cinta.
El nudo se deshizo y la cabeza de la joven cayó rodando por las escalinatas.



La camisa del hombre feliz

por María Teresa Andruetto


La historia que voy a contarles sucedió hace muchísimos años en el corazón de Siam.
Siam es la tierra donde viven los tai.
Una tierra de arrozales atravesada por las aguas barrosas del Menam.
Hace muchísimos años, el Rey de los tai se llamaba Ananda.
Ananda tenía una hija. La princesa Nan.
Y Nan estaba enferma. Languidecía.
Ananda, que era un rey poderoso y amaba a su hija, consultó a los sabios del reino.
Y los sabios más sabios del reino dijeron que la princesa Languidecía de aburrimiento.
-¿Qué la puede curar? -preguntó el Rey con la voz en un temblor.
- Par sanar -contestaron los sabios-, deberá ponerse la camisa de un hombre feliz.
- ¡Qué remedio tan sencillo! -suspiró aliviado el Rey.
Yordenó a su asistente que fuera a buscar al primer hombre feliz que encontrara, para pedirle la camisa.
El asistente salió a buscar.
Recorrió uno a uno los enormes salones del palacio.
Habitaciones tapizadas de esteras.
Adornadas con paños de seda colorida.
Aromosas a sándalo.
Y regresó sorprendido adonde estaba el Rey.
-Señor mío - le dijo-, he recorrido los salones de todo el palacio y no he encontrado hombre alguno que fuera feliz.
El rey, más sorprendido aún, mandó a llamas a todos sus servidores y les ordenó que recorrieran el reino de parte a parte.
De Norte a Sur.
De Este a Oeste.
Hasta encontrar a un hombre que fuera feliz y pedirle la camisa.
Los servidores recorrieron reino de parte a parte.
Buscaron entre los tai más honorables.
Pero no había entreo los tai más honorables, hombres felices.
Buscaron entre los escribas, cultos y sensibles.
Pero no había entre los escribas, hombres felices.
Entonces buscaron entre los trabajadores de seda.
Entre los trenzadores de bambú.
Entre los sembradoes de adormideras.
Entre los fabricantes de barcazas.
Entre los pescdores de ostras.
Entre los campesinos sencillos.
Pero entre todos ellos no había un solo hombre que fuera feliz.
Hasta que llegaron al último pántano del reino y le preguntaron al mas pobre de los arroceros:
-En nombre del Renoty Nuestro Señor, dínos si en verdad eres feliz.
El más pobre de los arroceros contestó que sí, y los servidores de Ananda le pidieron la camisa.
Pero él no tenía camisa.


Hermanos

Los hermanos Guillermo y Ramón tomaron el camino que llevaba a su antiguo hogar.  Tenían ganas de ver nuevamente su casa.
Al acercarse, Guillermo, que era el que iba conduciendo el auto, desaceleró y cruzaron lentamente.
- ¡Que vieja que está! - exclamó Ramón mirando hacia la casa.
- Y sí, nadie la habita desde que nos fuimos - dijo Guillermo.
- ¿Por qué los viejos nunca la vendieron?
- Qué sé yo - respondió Guillermo -. Sabes que papá y mamá siempre estaban llenos de misterio cada vez que hablábamos de la casa.
- Es cierto… Guillermo, ¿vamos a entrar? 
- Vamos. ¡Ah! Pero no tenemos llave.
- No creo que haga falta; la puerta se está cayendo a pedazos.
Bajaron del auto y caminaron hacia la entrada. Empujaron el portón y entraron al terreno que hacía tanto tiempo que no pisaban.
La casa se encontraba en un lugar bastante apartado, el hogar más cercano apenas se veía desde allí, los alrededores eran pura campo y arboledas.
La puerta estaba tan destartalada que casi cae cuando Ramón la empujó con el pie. El interior estaba sombrío. Permanecieron un momento en el umbral. Sus vistas se adaptaron a aquella media luz, luego  avanzaron mirando hacia todos lados.
Atravesaron la sala, entraron al corredor y fueron recorriendo los cuartos. Caminaban sin decir una palabra, observando todo, recordando.  En el piso había basura, lo que indicaba que en algún momento alguien más había ocupado la casa, vagabundos probablemente.
Tirada en el suelo había una muñeca del tamaño de un bebé.
- Mira Ramón, tu vieja muñeca ¡Jajaja! - bromeó Guillermo.
- ¡Jaja! Sería tuya en todo caso.
Los dos cruzaron por la muñeca mirándola de reojo. La muñeca tenía un gesto en la cara como si estuviera enojada.   Cuando entraron a otra habitación Guillermo se volvió hacia su hermano y le preguntó:
- ¿De quién sería esa muñeca? Parece vieja. Se nota que ocuparon la casa por un tiempo, pero lo más seguro es que fueran indigentes, y no los imagino jugando con una muñeca.
- Quién sabe, tal vez tenían niños.
   Siguieron su recorrido pensativos. Cuando regresaban escucharon un ruido, y al volverse vieron que la muñeca atravesaba el pasillo gateando velozmente. Salió del cuarto en donde estaba y entró a otro.
Los hermanos se miraron espantados y salieron corriendo. En su huída creyeron oír algo. Después, muy lejos de la casa, al intentar entender qué había pasado, qué era aquello, cada uno dijo lo que creyó escuchar después de ver a la muñeca. Los dos habían escuchado: “Hermanos, soy yo”.


Libros de fantasmas

Las luces de la calle se encendieron, entonces Artemio miró su reloj. Aún era temprano, en el portafolio le quedaban algunos libros, y andaba de buena racha, así que decidió visitar algunas casas más. Y siguió caminando por la vereda de una zona residencial. Artemio era un vendedor ambulante de libros.
Todas las viviendas de la zona tenían jardín o patio, y un portón. La experiencia le enseño a golpear las manos antes de cruzar un portón, por si había perros. Llegó frente a una casa que sin dudas era la más vieja del lugar. Golpeó las manos, ningún perro salió a ladrarle. Empujó el portón, estaba abierto.
En el jardín había unos árboles altos que impedían que la luz de la calle llegara hasta allí. Artemio ingresó al terreno, pero tras dar unos pasos se arrepintió; el lugar parecía estar abandonado. El sendero que dividía el jardín estaba cubierto de hojas secas, que empezaron a volar con un viento repentino; y en lo alto de la casa una veleta con forma de gallo chirrió al girar.

Se detuvo y dudó, pero en la casa se encendió una luz, aunque débil y amarillenta, entonces continuó hasta la puerta. Se acomodó la corbata y golpeó. Adentro sonaron pasos, seguidamente sintió que lo espiaban por la mirilla. Se abrió la puerta y tras ella surgió una anciana encorvada y diminuta, arrugada como una uva pasa, pero sonriendo; y bastó esa sonrisa para que Artemio desplegara todo su léxico de vendedor.  La anciana lo dejó hablando, mas con un gesto de la mano le indicó que la siguiera. Pasaron a una sala donde sobre una mesa ardía una vela de llama alargada e inquieta.
La anciana se hamacaba al andar y daba pasitos cortos. Una rápida ojeada al lugar y Artemio calculó que no le iba a vender ni un libro, pues todo estaba muy viejo y descuidado; pero ya estaba allí…
Se sentaron en torno a la mesa de la vela, enfrentados, con la llama danzando entre ellos.

- Tal vez le interese algunos de mis libros - comenzó su palabrería Artemio -. Si tiene nietos en edad escolar no puede desaprovechar esta oportunidad. Estos libros son muy completos, y…
- ¿Tiene libros sobre fantasmas? - lo interrumpió la anciana, con voz temblorosa y aguda.
- Eh… en este momento no, pero se los puedo conseguir. ¿Le interesan los cuentos sobre fantasmas, o alguna novela quizás?
- Lo que quiero es saber cómo deshacerme de un fantasma - volvió a temblar la voz de la anciana, que comenzaba a ampliar su sonrisa.

 En medio de ellos la llama se agitaba para todos lados, y proyectada contra la pared, la sombra de la anciana se mecía de un lado al otro.
- Entonces tengo uno que tal vez le pueda servir, es sobre ocultismo y cosas sobrenaturales - Artemio era un vendedor nato, y disimuló sobradamente su sorpresa, aunque lo inquietó un poco el extraño pedido. 
- Está bien, me quedo con  ese - Mientras Artemio sacaba el libro del portafolio, la dueña de la casa salió hamacándose de la habitación, y regresó con un fajo de dinero.
- ¿Esto alcanza? - preguntó al tendérselo, Artemio bajó la cabeza para contarlo.
- Alcanza y sobra señora - le contestó, mas al levantar la vista  la anciana ya no estaba a su lado, sólo su sombra se movía por la pared; pero ya no era la de una anciana.
La puerta se abrió de golpe, y Artemio salió disparado rumbo a ella. Apenas traspasó el  umbral se cerró tras él, y la luz de la casa se apagó. 




Una mujer vieja es peor que el diablo

 Había una vez un joven matrimonio muy feliz. Marido y mujer se amaban con todo su corazón y siempre se llevaban bien.
Pero el diablo se propuso sembrar la discordia entre ellos. Fue a ver a una vieja alcahueta, una mujer perversa, y le ofreció un par de zapatos rojos si conseguía que los jóvenes dejaran de amarse.
La vieja puerca acepto el desafío. Se presentó ante el joven y le dijo:
-Escucha: tu esposa piensa asesinarte.
-Eso no es cierto -respondió el joven-, yo sé que mi esposa me ama de verdad.
-No -dijo la vieja-, ella está enamorada de otro y planea cortarte la garganta.
Así logró hacer que el joven temiera a su mujer. Pensaba que algo horrible podría sucederle.

Poco después la vieja fue a ver a la esposa y le dijo:
-Tu marido no te ama.
La joven respondió de inmediato:
-Tengo un esposo fiel, y sé que me ama.
Pero la vieja replicó:
-No, él ama a otra. Deberías detenerlo. Toma una navaja, escóndela debajo de su almohada y mátalo.
Enloquecida, la pobre joven le creyó a la vieja y se puso furiosa con su marido.
Este comenzó a sospechar y, enterado por la vieja alcahueta de que su esposa había ocultado una navaja debajo de su almohada, esperó hasta que la joven estuviera dormida, tomó la navaja y la mató.
Entonces la vieja fue a ver al diablo y le exigió el par de zapatos rojos. El diablo le entregó los zapatos, pero poniéndolos al extremo de un palo largo, porque tenía miedo de ella.
-Tómalos -le dijo-. Tú eres más mala que yo.



El misterio de la escuela embrujada En medio de la clase, mientras la maestra dictaba y los niños escribían, al chistoso de la clase se le ocurrió una broma. Diciendo que no había oído bien una palabra, le pidió a la maestra que la repitiera (la misma palabra vulgarmente tenía otro significado). Toda la clase lo había advertido, y al entender la broma del chistoso todos se rieron al unísono, fue como una explosión de risa.  La maestra les ordenó que hicieran silencio, los niños callaron, pero en el salón siguió resonando una risa. Era una carcajada chillona y aguda, y al mismo tiempo algo ronca. - ¡Dije que hicieran silencio! ¿Quién se sigue riendo? - dijo la maestra con tono enfadado.Buscó con la mirada pero no halló al culpable. Se oía con claridad que  la risa se originaba en el salón, los alumnos se miraban unos a otros desconcertados. Ese fue el primer hecho extraño. Unos días después, durante un recreo, cuando los salones estaban vacíos, se oyó el rechinar de las patas de las sillas, como si alguien las arrastrara. Todos los salones fueron desordenados, los asientos estaban desparramados, una maestra gritó y cayó desmayada al ver una silla moviéndose sola, desplazándose con sus patas como lo hace una araña.La escuela cayó en desgracia, los padres no querían enviar a sus hijos, y varias maestras abandonaron su puesto. Inevitablemente la escuela terminó cerrando sus puertas. Nadie sabe con exactitud qué fue lo que invadió o se posesionó de la escuela. Algunos hablan del fantasma de un niño, otros dicen que fue una maldición. Tal vez algún día se aclare el misterio de la escuela embrujada.





Mi vecina fantasma
La curiosidad es una de las características del ser humano como especie. Es lo que impulsó a muchos hombres a descubrir o inventar cosas, y así pudimos desarrollar nuestras sociedades y la tecnología. Pero hay ocasiones en las que es mejor no curiosear, sobre todo si de fantasmas se trata.
Suelo sufrir de insomnio.
Aburrido de estar acostado sin poder dormir, me levanté y fui hasta la ventana que da a la calle. La madrugada estaba muy avanzada; desde la oscuridad de mi habitación abrí un poco la cortina y miré hacia la calle. Una mujer caminaba lentamente por la vereda de enfrente, giró y se enterró en un muro, lo atravesó como si el muro no existiera y desapareció. Esa imagen me causó tremenda impresión, el poco sueño que tenía se disipó del todo. Al recordar a la mujer, tomé conciencia de lo extraño de su apariencia: Usaba sombrero y su ropa parecía antigua.
No me quedaron dudas de que había visto un fantasma.
Cuando llegó la siguiente madrugada, yo estaba sentado al lado de la ventana, la cámara de fotos entre mis manos, y la ansiedad en mis ojos. La mujer volvió a aparecer, antes de que desapareciera en la misma parte del muro que la noche anterior, conseguí tomarle varias fotos. La luz amarillenta de la calle jugó en contra de la calidad de las fotos; sobre todo no se distinguía
su rostro. Hacía mucho tiempo que quería comprarme una filmadora, a primeras horas de la mañana salí a comprarme una.
Acomodé la silla como lo había hecho la madrugada anterior, abrí la cortina con una mano, en la otra sostenía mi recién adquirida cámara. Me resulta muy angustiante tratar de describir el susto que me llevé, y el terror que experimenté, cuando al mirar hacia la calle, vi la horrenda y grotesca cara de la mujer  fantasma casi pegada al vidrio, sus ojos fijos en los míos. No sé cuánto tiempo estuvo mirándome mientras balbuceaba y escurría líquidos por la boca negra y los ojos desorbitados. Terminé desmayándome y desperté en el suelo cuando ya era de día. Desde esa noche veo su sombra en la ventana, da golpecitos en el vidrio o lo araña, atormentando mis madrugadas en vela.


Mientras duermes

Natalia se durmió sentada frente al espejo. El día había sido tan agotador, y había
madrugado tanto…
Allí era dónde se desmaquillaba, en un rincón de su cuarto, en su solitaria y silenciosa casa, donde vivía desde hacía poco.
Un viento nocturno soplaba sin cesar, mientras precipitaba una llovizna muy fina.
En una noche como esa, en la calle no andaba ni un alma, y casi no cruzaban vehículos.
Cuando el cuello la incomodó despertó, pero en el instante en que aún no abría los ojos, en ese estado donde la conciencia está adormecida; creyó sentir que unos dedos recorrían su cabeza.

Al abrir los ojos vio horrorizada que lucía otro peinado. Recorrió el cuarto con la mirada, fugazmente vio a una señora mayor, a una anciana, parada a su lado, pero enseguida dejó de verla.
Después de muchas noches de terror, en vela, asustada; al no tener más encuentros con el fantasma, pudo dormir tranquila nuevamente.
El tiempo pasó. Tras otro día agotador, volvió a dormirse sentada, durante una noche ventosa y con llovizna; pero esta vez lo hizo en la cocina, donde tenía un pollo a medio deshuesar.
Al ir despertando sintió el filo de un cuchillo deslizándose por su cabeza.

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